viernes, 18 de diciembre de 2009

DE LA BREVEDAD DE LA VIDA

Escribe sobre la muerte… Esta afirmación, casi una petición para liquidar mis propios fantasmas, una suerte de ejercicio catártico hecho desde el amor, me abría el camino para la reflexión de mi propia percepción de la vida, un recorrido impregnado de contenido.

Bécquer dijo que al brillar un relámpago nacemos y aún dura su fulgor cuando morimos.

Y mi amigo el maestro José María Bardagí, hacía música amarrada al gusto amargo que tiene la fugaz existencia del hombre.

La muerte llega tarde o temprano, pero siempre en su momento justo, y con paso silencioso. Nadie muere un minuto antes de que le toque.

El destino decide nuestras vidas y nuestras muertes, y contra el destino no hay quien pueda.

Lo que sea sonará y para los creyentes sólo Dios sabe lo que ha de sonar, aunque a veces los designios divinos, además de inescrutables, nos parezcan caprichosos.

“Estoy en las últimas y quiero morir de pié” cuentan que dijo Oriana Falacci mientras la muerte iba a su encuentro.

A esto se le llama encararse a la muerte, no perderle la cara, sonreir ante sus embestidas como un diestro templado, esto es, con un razonable grado de aprensión.

Admiro a quienes desprecian a la muerte y les tiene sin cuidado.

Lo que sucede es que por lo general, al hombre la sola idea de la muerte le da miedo.

Impares nascimur, pares morimur, o sea, nacemos desiguales pero morimos iguales.

Es cierto que las cenizas nos igualan a todos. Pero no lo es menos que no todos los muertos son iguales. Hay personas a quienes el calendario los atrapa a destiempo, como una trampa.

Y es que la muerte nunca está en huelga, de lo contrario se acabarían las elucubraciones filosóficas y los lamentos de los poetas. Cervantes escribió que la muerte no es segador que duerma la siesta, porque a todas horas siega y lo mismo corta la paja seca que la verde yerba.

La muerte es el reverso, la cruz de la moneda, el saldo final, el pozo sin fondo donde el hombre se pierde.

“¡ Dios mío si tuviera un trozo de vida ¡” exclamaba García Márquez en su carta de despedida escrita a los amigos, en su camino hacia la muerte, para regalarnos una lección.

“A los hombres les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”. Vivir en el corazón de los que dejamos detrás de nosotros no es morir. La vida es ante todo recuerdo, nostalgia y soledad, esas tres esencias que destila el alma.

Pepo Sol, insistía en que morir es solo una maldición del diablo, y ahora solo me queda ya el deseo de tener el tiempo necesario para que alguien me cierre los ojos, el deseo de no morir sin tiempo de pensarlo siquiera.

Lo malo de la muerte ajena es el vacío que deja, que jamás se rellena con nada.

Debe ser por eso que he aprendido a amar de mayor, y me aterra salir a destiempo, y es que es fugitiva la vida.

Daniel ARNAVAT

(¡Cómo ha cambiado este depredador!)

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