domingo, 21 de febrero de 2010

PRODUCIR, ¿PARA QUIÉN?

Hay un dato sobre la producción global que quizás os interese: para vivir como vivía un americano medio de 1955, bastaría con que trabajásemos cuatro horas y media al día. El resto, sobraría, o no se sabe muy bien dónde va, porque el americano medio de 1955 también dejaba un buen beneficio a su empresa.

Las sociedades occidentales, y muy especialmente la española, padecen de un gran exceso de capacidad productiva. Hay excedentes sin vender de todo. Pisos de sobra, cereales de sobra, leche que se debe producir por cuotas, vino que sobra, etc. La antigua orientación a la producción, en la que había que producir más cada vez porque todo se vendía, ha dejado lugar a la actual orientación al mercado: hay que tratar de vender lo que se produce.

El problema, el gran problema, surge cuando en todas partes hay exceso de capacidad productiva. Los antiguos mercados, que eran compradores netos, después de equiparse con tecnología avanzada, se convierten a su vez en productores, y no sólo dejan de comprar lo que antes les vendíamos, sino que se convierten en competidores por los mercados.

Dos ejemplos típicos son China e India, que nos compran más de lo que nos compraban pero nos venden cien veces más de los que nos vendían.

La cuestión que surge inmediatamente al realizar esta reflexión, es: Y cuando todos seamos productores de bienes en grandes cantidades, ¿quién los comprará?

De momento, los países en vías de desarrollo siguen demandando bienes de equipo, pero a medida que avanzan en su camino de industrialización y de educación, necesitan cada vez menos aportes exteriores. La economía basada en el crecimiento es, pues, un callejón sin salida.

Si todos crecemos, pronto tendremos todos un exceso de capacidad productiva y eso conduce indefectiblemente a grandes, enormes tasas de paro. Si unos pocos son capaces de producir lo que consumen todos, hay una mayoría que no tiene ocupación, pues nadie necesita lo que ellos podrían producir. A eso se le llama irrelevancia económica, y viene a ser como morirse a efectos del mercado.

Así las cosas, hay que encontrar un modelo en el que todos puedan vivir, se distribuya el trabajo, y exista una mínima sensación de justicia.

Una de las posibilidades es, como dije al principio, reducir drásticamente la jornada, pero no parece posible mientras la medida no sea global. Otra es que trabajen algunos y los otros les aplaudan, de modo que los primeros repartan su salario con los segundos, pero no parece posible que el ser humano admita que unos trabajen y otros no y luego se reparta lo conseguido.

La tercera, pero no última, es que resurja la demanda porque gran parte de lo que había resultó destruido. Cuando hay una devastación global, en la que hay que restaurar el país entero sin que nadie pueda alegar que es injusto el reparto, los países prosperan. Prueba de ello es que a Alemania y Japón les fue mucho mejor después de la guerra que a los que la ganaron.

Conociendo al personal, me temo que la tentación de seguir el tercer camino va a ser muy fuerte.

Javier PÉREZ, en columnasdeprensa.com

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