sábado, 23 de mayo de 2009
EL RIESGO MORAL
Stephanie BENNET
En economía se habla de mercados perfectos cuando los agentes que intervienen en él tienen un conocimiento igual de la realidad, pero cuando uno sabe demasiado y el otro, muy poco, el acuerdo se hace imposible. A esto se le llama tener “información privilegiada o asimétrica”. Un ejemplo de esto lo encontramos en los mercados de seguros. Como las aseguradoras saben menos que los asegurados tratan de mejorar su información con el fin de conocer mejor los costes de suministro del seguro. Esta asimetría produce otro inconveniente no menos importante: el riesgo moral. El concepto queda ilustrado en la siguiente frase: “si compensas a las personas cuando les sucede algo malo, quizás sean menos cuidadosas”.
Observemos la vida cotidiana. Si el coche está asegurado contra el robo puede que no me importe aparcarlo en cualquier sitio, pero si no lo está, puede que prefiera un parking. Si me quedo en el paro y el Estado me ayuda puede que no busque otro trabajo igual que si no contara con ella. En la sociedad en que vivimos el riesgo moral es un problema inevitable. No obstante, si bien es imposible evitarlo por completo se puede intentar reducir. Aseguradoras y Gobiernos tratan de protegerse contra él.
En el ámbito privado hay varios mecanismos. La búsqueda del beneficio hace que las empresas no ofrezcan seguros contra el embarazo o contra el desempleo, porque resulta evidente que es fácil concertar el despido o quedar embarazada. También opera el seguro de cobertura parcial con franquicia. Esta trabaja como un incentivo para reducir el riesgo moral porque intenta que el asegurado tenga un poco más de cuidado. En el ámbito público, a pesar del riesgo moral, la mayoría de los países occidentales han consolidado la ayuda al desempleo. ¿Están todos los países equivocados? Evidentemente, no.
Si un Gobierno se ahorrase las ayudas, este seguiría teniendo parados porque estos dependen de causas objetivas económicas. Los Gobiernos cuando abonan el subsidio de desempleo piensan que lo hacen con la condición de que los beneficiarios estén buscando activamente trabajo, pero como son conscientes de la dificultad del control, prefieren satisfacer una exigua prestación durante un cierto tiempo. Si los Gobiernos pudieran medir el afán de búsqueda del trabajo podrían mejorar la prestación. Si pudieran condicionar la prestación a la formación, facilitarían la recolocación. Si implantaran severas medidas de control aquélla podría destinarse a quien lo necesitara realmente. Son situaciones que se compensan: es malo fomentar el desempleo, pero es bueno ayudar a quien no tiene ingresos. Un dilema para el que no existen formulas mágicas. Ante tanta incertidumbre hay algo cierto: ayudar a quien no tiene trabajo es algo propio de toda sociedad civilizada, porque si no podemos sufrir la maldición orteguiana: toda realidad que se ignora prepara su venganza.
TONICO
Diario RC
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