Aunque el fin de esta raza sea un capítulo poco honroso para los colonizadores europeos (británicos), es preciso historiarlo sin atenuar las faltas de los civilizados. Al ocupar formalmente la isla los ingleses a principios del siglo pasado (XIX), el número de sus pobladores era muy reducido, de 2.000 a 7.000 habitantes según los diferentes cálculos, pero de cierto no pasaban de esta última cifra. Las enfermedades cutáneas causaban ya entre ellos fuertes estragos y la natalidad era muy débil, de manera que los europeos (los británicos) sólo aceleraron su fin.
Los tasmanios no opusieron la menor resistencia a la ocupación de su tierra y nunca agredieron a sus implacables enemigos, pero los colonos se quejaban del daño que causaban en sus plantaciones. En efecto, los míseros indígenas encontraban más fácil buscar el sustento en estos lugares que en sus bosques, y como los perros vagabundos acuden a la proximidad de las casas, ellos merodeaban junto a los poblados europeos (británicos), apropiándose cosas comestibles. Hay que creer que los daños que causaban no serían muy grandes a causa de su corto número, pero determinaban fuertes represalias. En 1830 fueron puestos a precio: cinco libras por un adulto vivo o muerto, y dos por un niño; se mataron muchos, y, en cambio, se hicieron muy pocos prisioneros. Uno de los colonos que se distinguió más por su destreza y ferocidad en la caza, Robinson, fue objeto de honores y premios. Para acabar con ellos, los colonos organizaron una expedición que debía cruzar toda la isla formando una línea ininterrumpida que debía cortar todos los caminos naturales y empujar a los indígenas hacia una pequeña península donde, en teoría debían ser acantonados, y acaso, en realidad, exterminados; pero cuando la expedición llegó a su término no encontró a nadie. Todos los tasmanios, hábiles conocedores del país, se habían escurrido por las estrechas mallas de la fila de los expedicionarios. Estos procedimientos tan poco humanitarios disminuyeron su número en forma notoria. Una tribu que en 1824 constaba de 340 individuos, en 1847 comprendía sólo 44. Después fueron acantonados voluntariamente y sin gran esfuerzo en la isla Flinders, y hasta se mostraron agradecidos de esta medida, pero el alcohol y otras causas continuaron abriendo brecha en sus filas: en 1869 moría el último hombre tasmanio y en 1876 la última mujer, una vieja de edad ya avanzada.
Pedro BOSCH GIMPERA, en Las razas humanas
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